La Ciudad de Buenos Aires esconde historias y secretos en cada calle empedrada. Existen muchas leyendas urbanas sobre dramas familiares que terminan trágicamente y que solo dejan misterio.
Una de esas historias es la que sucedió en el barrio de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires. Ubicada en la calle larga, hoy bautizada como Montes de Oca. En este lugar hay una casa de estilo francés, que en el siglo 19, fue adquirida por Eustoquio Díaz Vélez, uno de los hombres más ricos de la ciudad. Su fortuna era comparable a los Anchorena, los Alazaga o los Guerrero.
Díaz Vélez tenia principalmente grandes extensiones de tierras en las costas del sur de la provincia de Buenos Aires. Tenia estancias y junto a la actividad ganadera, contaba con importantes ingresos.
Eustoquio, administró muy bien su fortuna, pero era bastante extravagante. En el año 1880, decidió vivir en el barrio de Barracas. Estuvo casado con Josefa Cano Díaz Vélez, quién era sobrina de él, ya que era hija de una de sus hermanas. Con ella tuvo varios hijos.
Ya dijimos que era un millonario extravagante… bueno, resulta que como su casa estaba muy alejada del centro de Buenos Aires, tenía miedo que por la noche alguno entrara para robar. No tuvo mejor idea que, poner animales para que cuidaran la gran mansión.
Pero no estamos hablando de perros guardianes. ¡Díaz Vélez era fanático de los leones! y si, mandó a traer tres de estos felinos africanos para que cuiden el hogar. Los leones estaban sueltos por el jardín por la noche y durante el día los dejaba en jaulas que estaban debajo de la casa.
Obviamente cuando había eventos nocturnos en la mansión, los leones quedaban en sus jaulas para que no ocurriera ningún accidente con los invitados. Una de las hijas de Díaz Vélez se enamoró de un joven que también pertenecía a una familia de estancieros. Al poco tiempo de relación deciden comprometerse.
Era costumbre de la época que las fiestas de compromiso se organizaran en la casa de la novia; por eso, Don Eustoquio se encargó personalmente de los preparativos del evento. Era su primera hija en casarse y quería hacer una gran fiesta.
Esa noche, las mesas estaban sobre el jardín, eran los primero meses del año, así que era una noche perfecta. Había una orquesta que tocaba música de fondo. En la entrada a la mansión se encontraban don Eustoquio y doña Josefa para recibir a los invitados.
Obvio que los leones estaban encerrados en sus jaulas, pero uno de los empleados dejo mal cerrada una de las jaulas y uno de ellos se escapó. La fiesta estaba en su mejor momento y nadie se percató del escape del león.
En un momento, el novio, pide la atención de todo el público presente para agradecerles el haber venido y para invitar a su novia al frente. Ella se acercó y él le dio un hermoso anillo de bodas. Todos los invitados los aplaudieron.
Justo en ese momento, el león sale de unos matorrales y se abalanza sobre el novio. Mientras el hombre luchaba contra el animal y gritaba de desesperación, su novia y los invitados miraban consternados el suceso.
Todos vieron como el león se comía vivo al novio hasta que Don Eustoquio reaccionó rápidamente, fue a su despacho y agarró una escopeta… la cargó y desde la ventana le disparó al animal.
La familia del novio culpó a don Eustaquio por su muerte, y lo que fue peor, su propia hijo lo maldijo. La tragedia de la familia de don Eustoquio se profundiza más cuando la joven viuda, decide quitarse la vida porque no soportaba más convivir con el dolor de haber perdido a su amado.
Luego de enterrarla, don Eustoquio cayó en una profunda depresión y se encerró en su cuarto pasando los últimos días ahí. La casa continúa hasta el día de hoy casi intacta, en la avenida Montes de Oca al 100.
Hoy ahí funciona la asociación VITRA, Fundación para Vivienda y Trabajo para el Lisiado Grave. Los huéspedes de la antigua casa en Buenos Aires cuentan que por las noches se escuchan gritos y llantos y los que conocen la historia dicen que son los gritos novio y los llantos a la novia.