“Se revalorizó y cada vez hay más pedidos”, asegura el quilmeño Jorge Garófalo, que en la peor época tuvo que largar el pincel y manejar un 159.
Mientras sostiene el volante, Jorge Garófalo asimila la letra de “Presente” como una advertencia, disfrazada de poesía, que no admite discusión. Sin embargo, nada le hace creer que su mayor habilidad, el arte del fileteado en los colectivos, esté transitando la recta final, el duro destino del ostracismo.
Algunos detalles de la decoración, desperdigados sobre la carrocería inmaculadamente blanca, dan prueba de esa certeza. Aunque lejos de los tiempos en que frases picarescas, coronas, cintas, largas guardas extendidas sobre los paneles laterales, dragones y motivos campestres transformaban los micros en un multicolor espectáculo móvil, el coche que conduce Garófalo se abre paso atrayendo miradas con su galería de letras góticas, filetes, banderas y arabescos.
A esta altura, la carrera de pintor y letrista de Garófalo orilla las cuatro décadas, en las que dejó la marca de su estilo en varios coches de las líneas 10, 17, 51, 148, 159, 247, 257 y 324, entre otras. También transitó depósitos de chatarra, donde debió esforzarse para revivir colores y motivos borroneados en unidades a punto de ser desguazadas.
El arte del fileteado sobre colectivos pareció recibir su estocada final en 1975, cuando la Ley nacional 1606 ordenó su prohibición. Sin embargo, sus motivos lograron persistir discretamente hasta fines de siglo en espacios reducidos, hasta volver a ser desplazados por la irrupción del ploteo y los paneles publicitarios.
“En esa época, el trabajo se redujo bastante y, para no quedarme en el taller y amargarme, tuve que salir a manejar un interno de la 159, de Berazategui a Puerto Madero. Pero nunca perdí la esperanza de volver a lo mío. No estaba tan errado: hoy, el fileteado se revalorizó y cada vez hay más pedidos para decorar los colectivos”, se ilusiona el colectivero artista.
Garófalo nunca bajó los brazos sino que decidió segur obstinadamente en lo suyo. En 2016, la Secretaría de Transporte porteño y el Museo del Colectivo Antiguo reconocieron su talento y lo invitaron a lucirse ante el público en un stand instalado en el marco de los actos por el Bicentenario.
Fue allí donde comprobó que su especialidad, lejos de pasar a mejor vida, tenía demasiados adeptos y perfilaba nuevos fileteadores. “Instalamos un Chevrolet modelo 46 en un stand de 3 metros de largo y los chicos no paraban de animarse a agarrar el pincel y las témperas para adornarlo”.
Garófalo vislumbra un futuro mejor, una suerte de homenaje a los últimos fileteadores de colectivos que, como él, esperan volver al ruedo como en las mejores épocas, cuando era usual clavar la vista en la culata del colectivo para sonreír ante un mensaje sugerente. “Si la envidia se hiciera guita, hoy sería millonario”, “Me podrán igualar, superar jamás” o “Mucho lujo, mucho brillo y al volante un potrillo” eran frases de lectura ineludible en el fragor de las calles.
“Quedamos Pereyra, Carlos Fortunatti, Urbina padre e hijo, Antonio ‘Cacho’ Lettieri, Daniel Rodríguez y yo”, recita Garófalo de memoria el elenco estable de fileteadores, que esperan, pincel en mano, para volver a exhibir masivamente los mejores trazos de su arte inextinguible.